William Thomson Kelvin, físico y matemático inglés, decía en la segunda mitad del siglo XIX que “Lo que no se define no se puede medir. Lo que no se mide, no se puede mejorar. Lo que no se mejora, se degrada siempre”. Esto es una máxima en cualquier proceso de mejora continua, y algo que las personas responsables de cualquier proceso productivo deben tener en mente.
Lo que no se define no se puede medir. Lo que no se mide, no se puede mejorar. Lo que no se mejora, se degrada siempre
En el sector agroalimentario, en un mundo con población creciente (se espera que en los próximos 25 años la población mundial aumente en 1.700 millones de personas) y con recursos cada vez más escasos o más frágiles, el margen para no buscar mejorar nuestros resultados es cada vez menor, ya que deberemos producir más con menos. Es esta necesidad de mejorar el desempeño de los sistemas de producción de alimentos sin deteriorar aún más (e idealmente regenerar) el medioambiente que torna indispensable no solo medir las distintas variables de producción, sino gestionar los datos derivados de esas mediciones, para así transformarlos en información que nos permitan tomar las mejores decisiones para optimizar el aprovechamiento de los distintos recursos.
Desde fines del milenio pasado, las tecnologías de la información nos han facilitado la tarea de condensar datos en información al permitir tener todos los datos recabados en un solo lugar, facilitando la comparación de distintas alternativas. La evolución de estas tecnologías nos fue llevando de poder analizar datos dentro de nuestros propios establecimientos productivos en un principio (a través del uso de programas de hojas de cálculo o bases de datos locales al principio y luego con programas más específicos de gestión agropecuaria), pero con la llegada de internet y de distintas startups del rubro agropecuario, es posible poder compararse con otros productores, incluso pudiendo tener valores de referencia a nivel local, permitiendo acelerar los procesos de mejora continua al poder tomar en cuenta no solo la experiencia propia, sino también la colectiva. Si a esto le sumamos que las herramientas que se utilizan en el agro tienen cada vez más sensores que recolectan datos sobre lo que realmente ocurre en el campo y la irrupción del internet de las cosas en el ámbito rural que permite que tengamos acceso a esos datos y mediciones prácticamente en vivo, tenemos como resultado que el ciclo planear-hacer-verificar-actuar gira cada vez más rápido, lo que se traduce en mejoras en el sistema productivo a una velocidad creciente.
Nunca fue tan importante, pero a la vez tampoco tan accesible, entrar en sistemas de mejora continua. Para ello es necesario medir para gestionar las mejoras. Adoptarlos terminará redundando no solo en mejores resultados económicos para nosotros, sino en el cuidado del ambiente donde habitaremos tanto nosotros mismos como las generaciones futuras.